Prologo inutil
Como el término aristotélico de la catarsis en el
que se producía la purificación de las pasiones en el espectador, el siguiente
texto intenta (y no logra) el exorcismo de algunos fantasmas, aunque parece
psicologista, evite esa lectura fácil. Tampoco se complique demasiado. Las lecturas
posibles son las que lo completan, así que ¡sea creativo¡
¿Qué quiere decir esto? Nada, una taza de té. No hay drama en el murmullo, y tú eres la silueta de papel que las tijeras van salvando de lo informe: oh vanidad de creer que se nace o se muere, cuando lo único real es el hueco que queda en el papel, el golem que nos sigue sollozando en sueños y en olvido.
A una mujer, Julio Cortazar
A una mujer, Julio Cortazar
No estaba tan mal como para no percibir esa
sonrisa, pero esa tibia sensación le confirmaba su estado, totalmente ajeno a
las otras personas. Se sentía tan lejos de poder sentir algo. Estaba muy
tentado de abandonarse a la inercia, más bien, a la entropía de irse apagando
poco a poco. Por otro lado, lo asaltaba la idea contraria, siempre tan noble,
de resistir Como siempre ante la duda,
la inacción. No se detuvo en la carrera, acelero el trote, la kinesióloga le
había recomendado no excederse en el entrenamiento, pero en ese momento, su
mente se puso en blanco y solo corrió.
Sus piernas se aflojaron, su pecho lo
obligaba a bajar la velocidad, de esta forma lo volvería a alcanzar aquella
sonrisa, sucedió al doblar la esquina de
la plaza. La brecha que lo separaba de la anterior versión de si mismo era
inmensa. Sin recordarse pretendió intentar pensar que hubiera hecho en otro
momento, en otro estado. Todo era inútil, el prisma desde donde miraba la realidad
era tan obscuro, la comparación de esta sonrisa con “La sonrisa” era tan
injusta, y sin embargo no la pudo evitar. Se detuvieron a elongar sobre un
banco de plaza. La charla sobre el clima y las zapatillas de ruuning ayudaban
al piloto automático que utilizaba para contestar. El desprecio que sentía le
daba un placer sombrío. No quería eso para si mismo, ni para nadie. Se despidió
cordialmente y empezó a caminar hacia su casa. La presencia de la soledad, como
refugio, le resultaba tan adecuado, que cualquier interrupción era un elemento
anómalo, su vida se deslizaría normalmente hacia el desierto como lo predicaba
un poema antiguo. La satisfacción que sintió por esa idea, trajo aparejada
otra, que se cuajó rápidamente en su mente, la culpa. El psicologismo le
pareció tan patético que abandono la idea. Mientras caminaba a su casa se dijo: “mejor
solo que mal acompañante”.
Le gustaba la luz que atravesaba las hojas,
la radio que escuchaba, mientras corría, la hacía reír y la gente se le ponía a
conversar sobre sandeces, ella pensó “menos mal que se fue”.
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